martes, 22 de junio de 2010

Leyendas y mitos


En lo que respecta al ámbito religioso, Quetzalcóatl parece haber sido uno de sus principales dioses, aunque adoraron también a Chicomecoatl, deidad de la fertilidad; a Centeotl, señor del maíz; a Xochipilli, dios de las flores, y destacaron como divinidades autóctonas: Tajín, equivalente al Tláloc teotihuacano, y el llamado "dios gordo", quien velaba por la felicidad. Este último tomó parte en una leyenda, muy difundida en tierras veracruzanas, según la cual Xanath, hija de nobles totonacas, célebre por su belleza, vivía en un palacio cercano al centro ceremonial de Tajín, sede de su pueblo.
Cierto día en que la joven acudió a depositar una ofrenda sobre el plato colocado en el abdomen de Chac-Mool ("Mensajero Divino"), encontró casualmente a Tzarahuín (jilguero), un alegre doncel al que le agradaba silbar, y surgió entre ambos amor a primera vista. Sin embargo, el romance mostró dificultades para prosperar, porque Tzarahuin era pobre y vivía en una choza humilde rodeada de tierra fértil en que abundaban las anonas, las piñas y las calabazas. A pesar de la diferencia de clases, los enamorados se reunían casi a diario, de manera fugaz, cuando el mancebo llevaba al mercado la cosecha de sus siembras, y en poco tiempo una sincera pasión se apoderó de sus corazones.
Una tarde en que Xanath pasó junto al templo sagrado de los nichos, la sorprendió la mirada penetrante del dios gordo, que se caracterizaba por su vientre abultado, la frente rapada y su triple penacho; y desde entonces el señor de la felicidad se dedicó a cortejarla. La doncella logró esquivarlo en un principio, mas el astuto dios encontró la forma de revelarle sus sentimientos y, al ser rechazado, su alegría habitual se tornó en cólera y amenazó a la joven con desatar la furia de Tajín, si no accedía a sus reclamos amorosos.
La advertencia hizo temblar de miedo a Xanath, pero no traicionó a Tzarahuín.
El astuto dios gordo resolvió entonces ganarse la confianza del padre de la joven para que influyera en el ánimo de Xanath. Lo invitó a su palacio, le reveló secretos divinos y cuando manifestó interés por la linda muchacha, recibió completo apoyo para casarse con ella.
Xanath hubo de soportar un mayor acoso del testarudo dios y su padre la obligó a aceptar una nueva cita, que resultaría fatal, pues luego de haber dado otra negativa al señor de la felicidad, éste, irritado, lanzó un conjuro sobre la doncella y la transformó en una planta débil de flores blancas y exquisito aroma: la vainilla.
Y si bien el dios creyó vengarse, lo cierto es que mientras de él existen sólo vagos recuerdos, en cambio, tenemos muy presente en nuestros días a la planta orquidácea cuya esencia es muy apreciada en la cocina y la pastelería de muchas partes del mundo.


Tajín y los siete truenos
Una mañana de verano llegó a las selvas de Totonacapán un muchacho llamado Tajín. Era chamaco maldoso. No podía estar en paz con nadie. Apedreaba a los monos, zarandeaba los árboles, saltaba encima de los hormigueros… Por eso el muchacho vivía solo. Nadie soportaba su compañía.
Ese día se encontró en un recodo del camino con un extraño hombrecillo de barba cana, grandes bigotes y cejas tan pobladas que casi cubrían los ojos.
-Buenos días, muchacho. Mis hermanos y yo andamos buscando alguien que nos ayude a sembrar y a cosechar, a vigilar el fuego y a llevar la casa.
-¿Quiénes son tus hermanos?
-Somos los Siete Truenos. Nos encargamos de subir a las nubes y provocar la lluvia. Con nuestras capas, botas y espadas marchamos por los aires hasta que desgranamos la lluvia.
Tajín, apenas escuchó aquello, se imaginó por los aires haciendo cabriolas entre las nubes y dijo que iría con él a casa de los Siete Truenos.
Los Siete Truenos vivían en una casa de piedra, encima de una gran pirámide llena de nichos.
Cuando se enteraron de quién era y a lo que venía, todos protestaron:
-¿Un extraño en nuestra casa?
-¡Ya no tendremos más secretos!
-¡Aprenderá nuestras mañas!
-Tiene cara de bribón.
-Calma, hermanos, por favor. Siempre hemos querido salir todos juntos de excursión, nos peleamos por ver quién realiza las tareas de la casa. Él solucionará los problemas.
Después del mediodía unas nubes se asomaron por el lado del mar. Los Siete Truenos, entre bromas y risas, abrieron el arcón de madera y sacaron sus trajes de faena. Se pusieron capas, botas y se ciñeron espadas y salieron corriendo hacia las nubes. Sus capas agitadas provocaron el viento, sus botas retumbaron contra las nubes y trajeron los truenos mientras sus relumbrantes espadas desataron los relámpagos.
Y de esa manera, la lluvia comenzó a caer suave y tibia como una bendición.
Durante días Tajín fue un ayudante ejemplar. Pero cada vez que limpiaba las botas renacía en él mismo pensamiento: “Tengo que subir.”
La soñada oportunidad llegó. Una mañana los Siete Truenos le dijeron que debían ir a Papantla a comprar puros en el mercado. Ellos se fueron muy contentos. Pero, apenas se quedó solo, Tajín tiró la escoba, corrió al arcón para vestirse con las ropas de los Siete Truenos.
Tajín comenzó a subir por los aires. Comenzó a corretear las nubes, sacudía su capa para juntarlas, y sacaba su espada y la hacía girar. Todo el cielo y la tierra, y aún el mar se llenaron de una luz cegadora. Entre relámpagos y truenos desataron contra la selva un chubasco violentísimo. No era la lluvia bendita de los Truenos, sino una tormenta devastadora. El día se había oscurecido. La lluvia desgajaba ramas de los árboles y hacía crecer los ríos.
Apenas observaron lo que sucedía los Siete Truenos se dieron cuenta de que aquello era obra del muchacho. Regresaron a toda prisa y una vez puesta sus ropas salieron en su busca para atraparlo.
Y allí estaba Tajín, brincoteando de un lado a otro. Cada impulso suyo daba más brío a la tormenta: resoplaba el viento, crecía la lluvia y caían relámpagos y truenos.
Pasaron muchas horas antes de que los Siete Truenos lograran atrapar a Tajín. Cuando finalmente los consiguieron, lo bajaron con tiento, lo ataron fuertemente y lo llevaron al mar para tirarlo al agua.
Bien adentro lo tiraron. Y desde entonces allí vive Tajín. Ha crecido el muchacho. De vez en cuando abandona las profundidades marinas y, cabalgando sobre el viento, desata a las nubes en una lluvia incontenible, mientras los truenos y los relámpagos se suceden. Entonces los Siete Truenos deben trepar de nuevo para capturar a Tajín –al Huracán, como también le dicen al muchacho-, para lanzarlo una vez más al fondo del mar.

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